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Modelo económico actual y militarismo
El interés del mundo occidental enriquecido por apropiarse de los recursos más preciados necesita (en su modelo de desarrollo económico) de fuerzas armadas para reprimir la resistencia de las poblaciones que se oponen al expolio y empobrecimiento de sus hábitats. La explotación de las materias primas, tanto energías fósiles y minerales como de superficie (tierras de agricultura y ganadería extensiva, agua, maderas…), provoca conflictos en los territorios donde se encuentran estas materias primas. Una explotación que, por su parte, provoca deforestación y desertización, responsables también de la crisis medioambiental.
Un estudio de Vitali et altri concluye que existe un núcleo fuertemente conectado de muy pocas empresas transnacionales (principalmente instituciones financieras) que ejercen un poderoso control sobre muchas otras empresas de todo el mundo. Concretamente, un grupo de tan sólo 737 agentes económicos acumula el control del 80% de todas las empresas transnacionales del mundo. Puede hablarse, pues, de una red de poder mundial, controlada desde los países enriquecidos del Norte, que incluye y conecta los negocios militares y de energía fósil. Y que requiere una protección militar esencial para continuar con sus políticas de extracción de recursos. Según un informe, Estados Unidos gasta anualmente 81.000 millones de dólares en la protección militar del transporte y suministro de combustible, lo que significa un 16% del presupuesto de su Departamento de Defensa.
El poder económico siempre ha utilizado la violencia para protegerse, pero en las últimas décadas se ha acelerado. A partir del 11 de septiembre de 2011, entre los dirigentes políticos existe un amplio consenso de que cada vez necesitamos más “seguridad”. Hoy día las grandes empresas del sector armamentista no sólo venden armas, sino tecnología para una seguridad cada vez más militarizada.

Contribución del ámbito militar a la emergencia climática y medioambiental
Las fuerzas armadas son grandes consumidoras de energía y, por tanto, grandes contribuidoras a la emergencia climática. Una evaluación completa debe basarse en el ciclo completo de la vida (huella de carbono) que incluye todas las fases del ciclo, desde la extracción de las materias primas necesarias para la fabricación de armamento y de equipamiento militar, pasando por su fabricación, por su utilización y por la eliminación de los residuos. Esto significa que es necesario contar tanto las emisiones directas (consumo energético de las bases y consumo de combustibles fósiles de los vehículos militares terrestres, buques y aeronaves) como las indirectas (producción de armas, equipamiento militar y cadena de suministro militar). De hecho, investigaciones realizadas en el ámbito militar de la UE y del Reino Unido demuestran que son la fabricación de armamento y las cadenas de abastecimiento las que representan la mayoría de las emisiones militares.
Por otra parte, se estima que los terrenos de entrenamiento y fincas militares representan entre el 1 y el 6% de la superficie terrestre. Los campos de tiro en terreno militar pueden incrementar el riesgo de incendios, que son una fuente importante de emisiones y disminuyen la capacidad de la vegetación y del suelo de almacenar carbono. Los ejercicios de entrenamiento y maniobras militares por sí solos ya generan importantes emisiones GEI y degradación del suelo. También el mantenimiento de las bases militares daña a los ecosistemas.
Las fuerzas armadas generan residuos, como municiones, que, por lo general, se destruyen por detonación o quema. Esta práctica contamina la tierra, genera productos nocivos y emite GEI. Todavía existen ejércitos donde la eliminación de residuos se hace en pozos abiertos donde se queman los desechos. También se hunden en el océano barcos de guerra obsoletos. Por otra parte, se han detectado productos químicos muy contaminantes y tóxicos en aguas subterráneas y para beber en diferentes zonas cercanas a bases militares.
Las actividades militares, a pesar de ser altamente contaminantes como ya se ha dicho, no han de comunicar sus emisiones GEI a Naciones Unidas. La comunicación y la reducción de las emisiones militares, en el Protocolo de Kioto de 1997, quedaron exentas por la presión de Estados Unidos. El Acuerdo de París de 2015 suprimió su exención, pero permite la voluntariedad de la información sobre emisiones militares y deja su reducción al criterio de cada país. Tampoco las empresas de armas están obligadas a informar sobre sus emisiones.
En términos generales existe muy poca información y muy poco fiable (cuando la hay) sobre las emisiones del sector de defensa (fuerzas armadas e industria militar).
Existe una necesidad urgente de incluir el ámbito militar en los compromisos de los estados de reducir sus emisiones de GEI.


Estimaciones sobre las emisiones de GEI del sector armamentístico
El estudio de Parkinson y Cottrell de 2022 estima que la huella de carbono militar mundial es aproximadamente el 5,5% de las emisiones globales.
Estados Unidos
Las fuerzas armadas de EE.UU. consumen más fuel y emiten más GEI que la mayoría de los países de tamaño medio. Sólo teniendo en cuenta las emisiones derivadas de la combustión de fuel-oil, el Departamento de Defensa (DoD) es el 47º mayor emisor de GEI del mundo, por delante de Bélgica, Portugal o Argentina. También es el mayor consumidor institucional de petróleo del mundo. Es un factor determinante que EEUU haya estado ininterrumpidamente en guerra o implicado en acciones militares desde 2001 (inicio de la guerra contra el terror).
Sumadas las emisiones de CO2 asociadas a las actividades del DoD (59 millones de toneladas de CO2e) y las asociadas a la producción de armamento (153 millones de toneladas de CO2e), según Crawford, se obtiene que la actividad militar de EE.UU. fue la responsable de la emisión de al menos 212 millones de toneladas de CO2e durante el año 2017. En cambio, el estudio El clima bajo fuego cruzado asigna a EE.UU. una huella de carbono de 140 millones de toneladas de CO2e durante el año 2021. No deben extrañarnos estas discrepancias. Insistimos en que existe muy poca información y muy poco fiable. Todos estos resultados son fruto de estimaciones y aproximaciones.
Unión Europea
En la UE no existen objetivos generales de reducción de GEI que incorporen las emisiones del ejército. En el informe Under the Radar se han estimado, de forma aproximada, las emisiones de GEI producidas por el sector militar en la UE. Así, la huella de carbono, para 2019, de todo el sector militar en la UE-27 es de más de 24 millones de toneladas de CO2e. Esto equivale a las emisiones de CO2 anuales de unos 14 millones de coches medios. O bien a las emisiones anuales de estados como Croacia, Eslovenia o Lituania. El estudio subraya las deficiencias en la información que proporcionan los Estados miembros sobre sus emisiones militares. Y concluye que el European Green Deal ha ignorado “total y deliberadamente” todo lo que se debe hacer con el impacto climático de la militarización.
La UE reconoce la necesidad de que las operaciones militares lideradas por la UE aborden adecuadamente la protección medioambiental. Sin embargo, también dice que la necesidad militar puede justificar la cancelación de los estándares de protección medioambiental y que los imperativos de las operaciones militares habitualmente tendrán prioridad.
Por lo que respecta a la eficiencia energética, los edificios que pertenecen a las fuerzas armadas no están obligados a cumplir los mínimos requisitos de actuación energética. Estos requisitos sólo se exigirán si su aplicación no entorpece el objetivo y las actividades de las fuerzas armadas.
Reino Unido
Siguiendo el criterio de la huella de carbono, las emisiones del sector militar de Reino Unido fueron de unos 11 millones de toneladas de CO2e durante el año fiscal 2017-2018.
OTAN
La huella de carbono militar total de la OTAN pasó de 196 millones de toneladas de CO2e en 2021 a 226 millones de toneladas de CO2e en 2023 (según el estudio El clima bajo fuego cruzado), 30 millones de toneladas adicionales en sólo dos años: equivalente a añadir más de 8 millones de coches a la carretera. Si las fuerzas armadas de la OTAN fueran un país, se situaría como el 40 generador de contaminación por carbono, superando en el ranking a los Países Bajos. Uno de los factores clave de este incremento del gasto militar global es el objetivo de que todos los socios de la OTAN destinen al menos el 2% de su PIB al ámbito militar.
Si todos los miembros de la OTAN cumpliesen este objetivo de gasto militar del 2% del PIB entre 2021 y 2028, su huella militar conjunta sería de 2.000 millones de toneladas de CO2e, superior a las emisiones anuales de GEI de Rusia. Y durante estos años la OTAN gastaría un total estimado de 2,57 millones de millones de dólares, suficiente para pagar los costes de adaptación climática de todos los países de renta baja y media durante estos siete años, según el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas (UNEP).
El 56% del gasto militar mundial procede de los miembros de la OTAN. Teniendo esto en cuenta y que sus estados miembros alojan a buena parte de la industria de defensa mundial, podemos afirmar que la Alianza Atlántica es el mayor emisor militar de GEI del mundo. Y sin embargo, la OTAN no incorpora ningún objetivo de reducción de emisiones GEI ni ninguna actuación medioambiental.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) propone una reducción del 43% de las emisiones de GEI, de aquí a 2030, para evitar un aumento de la temperatura por encima de 1,5 °C . Ninguno de los miembros de la OTAN se ha comprometido a reducir este 43% en el ámbito militar. El objetivo del 2% de la OTAN dificultará la reducción propuesta por el IPCC al incrementar las emisiones de GEI de origen militar y desviar fondos de la acción climática.
Estado español
En la Estrategia de Seguridad Nacional de 2021, se enumeran como potenciales factores de posibles conflictos el cambio climático, la seguridad energética, los ciberataques, las guerras híbridas, los ataques a estructuras críticas y la inestabilidad económica. La actual Directiva de Defensa Nacional de 2020 también califica los mismos conceptos de amenazas. En definitiva, lo mismo que dicen la UE y la OTAN.
En resumen, Occidente está dispuesto a salvaguardar su sistema de vida, pese a ser el causante de la crisis medioambiental y energética, reforzando sus capacidades militares para asegurarse las materias primas, tanto combustibles fósiles como los minerales necesarios para las energías renovables. Unas capacidades militares que además agravan la crisis, al no tener limitadas ni controladas sus emisiones.

Guerras y medio ambiente
Las guerras, además de causar muertes, destrucción y miseria, perjudican a los hábitats y la biodiversidad, con efectos que perduran en el tiempo. Las bombas y proyectiles liberan gases tóxicos, sustancias químicas y metales pesados que contaminan el aire, el suelo y los acuíferos; los tanques aplastan la vegetación y estropean el suelo; los explosivos pueden también generar incendios, etc.
La destrucción originada por las guerras calienta el planeta. Y la reconstrucción contribuye también, por su parte, al calentamiento.
En ocasiones, la destrucción del entorno forma parte de la estrategia militar. En la guerra de Vietnam, EEUU roció la selva con productos químicos para evitar que sirviera de protección a los vietnamitas.
Una contaminación ambiental relacionada con el armamento es la radioactiva. Durante décadas, los estados posesores de armas nucleares han realizado pruebas con este armamento, con la consiguiente contaminación radioactiva. Muchos accidentes con armas nucleares también han provocado diseminación radioactiva. Otro origen militar de este tipo de contaminación es el uso de uranio empobrecido en proyectiles de artillería, que al impactar esparcen el material radiactivo.
